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jueves, 10 de noviembre de 2016

Mi Reencuentro con la Poesía

Siendo aún muy joven, me topé con un viejo libro de poesía, recuerdo que lo leía a escondidas, como si se tratase de un libro prohibido, aún no comprendo el por qué de mi comportamiento -tampoco viene al caso- lo que quiero rescatar es que gracias a ese tomo conocí a grandes poetas como Rubén Darío, Pablo Neruda, Andrés Eloy Blanco, José Ángel Buesa y otros que escapan a mi memoria.

Quise emularlos -o quizá ya había germinado la semilla que en mí habían plantado- y comencé a escribir a escondidas mis primeros versos. No quiero presumir de mis cualidades, pero mis maestros habían fomentado en mí la rigidez de la métrica, lo intachable y lo sublime de la poesía, el romanticismo en su máxima expresión, aún puedo escuchar en mi cabeza versos como:


"Se deja de querer, y no se sabe
por qué se deja de querer.
Es como abrir la mano y encontrarla vacía,
y no saber, de pronto, qué cosa se nos fue".

Aún se repite como un eco intermitente:


"Me gusta cuando callas porque estás como ausente

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca".

Con esa imágenes flotando en mis neuronas, nacieron algunos poemas, pero a medida que el mundo seguía con su movimiento, el lápiz trazaba otros garabatos sobre el papel, la métrica dejó de tener sentido para mí, el romanticismo me ataba las manos, yo necesitaba escribir más, necesitaba decir más de lo que permitían esos pocos versos y, sin darme cuenta estaba escribiendo en prosa.


¡Que descubrimiento tan sublime! Me sentía libre, como cuando escribía mis primeros versos. Ahora podía decir más de lo que permitía la rima y poco a poco le fui olvidando, a ella, la que despertó pasiones durante mis primeras noches de adolescencia, a ella, que me llevó de su mano a un mundo desconocido para mí, le rehuía, no quería saber de ella.


Es curioso, siempre he sabido que caminamos en círculos -por mucho que nos aterre la idea-, y no debería extrañarme el toparme otra vez con ella, esta vez más madura, sin la sutileza de aquella adolescente idealizada, me reencontré con ella, a quien tanto le huí, ahora con palabras más sabias:

«"No sobes tanto", decía
a su alumno el profesor
de escultura. Y a continuación,
terminada la obra:
"Si pules demasiado
obtienes sólo el brillo"».

Así que, estoy aquí, tentado a caer de nuevo en su red.


PD: Las obras citadas son: "Se deja de querer" de José Ángel Buesa, "Poema 15" de Pablo Neruda y "El brillo de la Palabra" de Juan Calzadilla.

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